Hoy: 'Los Thibault', (1922-1940) de Roger Martin du Gard (1881-1958)
El verano de 1914, capítulo XVII
(...)
Jacques terminó, con una mirada arisca:
-¿El capitalismo? No cabe duda de que ha sido antaño un instrumento de progreso... ¡Pero en nuestros días, por una ley fatal, ha pasado a ser una ofensa al sentido común, una ofensa a la justicia, una ofensa a la dignidad humana!
-¡Bah! -dijo Antoine-. ¿Y eso es todo?
Se produjo un silencio. León acababa de entrar y cambiaba los platos.
-Tráiganos el queso y la fruta -dijo Antoine-; ya nos serviremos nosotros... ¿
Petite suisse o de Holanda? -preguntó, volviéndose hacia su hermano. Había adoptado un tono deliberadamente indiferente.
-Ni una cosa ni otra; gracias.
-¿Una pera, entonces?
-Sí; una pera.
-Espera, voy a escoger una buena.
Intencionadamente hacía hincapié en la nota cordial.
-Ahora vamos a hablar en serio -prosiguió, después de una pausa y en un tono conciliador que atenuaba lo hiriente de la frase-. ¿Qué es el capitalismo? He de confesar que desconfío de estos términos que sirven para todo. Y especialmente de los que terminan en "ismo"...
Esperaba confundir a su hermano. Pero Jacques levantó la cabeza tranquilamente. Su irritación parecía disiparse; incluso se dibujó en sus labios una sonrisa. Su mirada se posó durante un instante en la ventana abierta. El día empezaba a esfumarse; por encima de las fachadas grises, el cielo perdía su brillo por momentos.
-Para mí -explicó-, cuando digo "capitalismo", me refiero, con toda exactitud, a esto: un determinado reparto de las riquezas del globo y una determinada manera de revalorizarlas.
Antoine reflexionó un instante y aprobó con un movimiento de cabeza. Ambos sintieron, con igual alivio, que la conversación tomaba un sesgo menos violento.
-¿Está madura la pera? ¿Quieres un poco de azúcar?
-¿Sabes lo que más me subleva del capitalismo? -prosiguió Jacques, sin contestar a la pregunta de su hermano-. Que ha despojado al obrero de todo lo que hacía de él un hombre. A causa de la concentración industrial se le ha arrancado de la aldea, de su familia, de todo aquello que daba una particularidad humana a su vida. Se le ha desarraigado. Se le han frustrado todas las satisfacciones nobles que su profesión procuraba al artesano. ¡Se le ha rebajado a no ser más que un animal productor en ese inmenso hormiguero que es la fábrica! ¿Te das cuenta de lo que es la organización del trabajo en ese infierno? ¿La separación verdaderamente inhumana que se hace entre la parte manual y mecánica del trabajo y la... ¿cómo decirlo?, la parte intelectual? ¿Te percatas de lo que supone el trabajo diario para el obrero de la fábrica? ¿Qué servilismo embrutecedor?... Antes, este mismo individuo hubiera sido un artesano industrioso, amante de su pequeño taller, interesado en su trabajo. Hoy está condenado a no ser nada por sí mismo. ¡Nada más que una rueda, una de las mil piezas de esas máquinas misteriosas, cuyo misterio ni siquiera tiene necesidad de conocer para realizar su tarea! Misterio que es patrimonio de una minoría, siempre la misma: el patrono, el ingeniero...
-¡Porque las personas instruidas y competentes son siempre una minoría, qué demonio!
-El hombre ha sido desposeído de su personalidad, Antoine... ¡Ese es el crimen capitalista! ¡Ha hecho del obrero una máquina! Menos aún: ¡el servidor de una máquina!
- Despacio, despacio -interrumpió Antoine-. En primer lugar, eso no es el capitalismo: eso es el maquinismo; no confundamos... ¡Y además, permíteme decirte que me parece que dramatizas excesivamente la realidad! De hecho, no creo que haya entre el ingeniero y el obrero esos compartimentos estancos tan exagerados. Lo más frecuente es que, incluso, haya entre ellos una especie de relación, de acuerdo, de colaboración. El obrero para el que la máquina representa "un misterio" es muy raro. No hubiera podido inventarla , ni tal vez construirla; pero comprende perfectamente cómo funciona, y muchas veces llega incluso a introducir en ella mejoras técnicas. De cualquier forma, la quiere, está orgulloso de ella, la cuida y se preocupa de que funcione bien... Studler, que ha estado en América, cuenta cosas muy curiosas acerca de ese "entusiasmo industrial" que se ha apoderado allí de las clases obreras... Pienso también en el hospital. No es tan diferente de una fábrica, al fin y al cabo... También hay en él patronos y trabajadores, una parte "intelectual" y una parte "manual". Yo soy una especie de patrono. Pero te aseguro que ninguno de los que están bajo mis órdenes, aunque sea el último enfermero, tiene nada de "servidor" en el sentido que tú empleas esta palabra. Todos trabajamos juntos con el mismo fin: la curación de los enfermos. Cada uno, según sus medios y sus aptitudes. ¡Si vieras qué contentos se ponen todos cuando nuestras fuerzas, conjugadas, triunfan en un caso difícil!
"¡Siempre tiene que llevar la razón!", se dijo Jacques, irritado.
Sin embargo, se dio cuenta de que había complicado un poco a lo tonto la conversación al dar a entender que fundaba principalmente su crítica del capitalismo sobre la organización y el reparto del trabajo.
Haciendo por tranquilizarse, prosiguió:
-Lo que resulta repugnante en el régimen capitalista no es tanto la naturaleza del trabajo como las "condiciones" impuestas al trabajo. Y no es necesario decir que no culpo de ellas al maquinismo en sí, sino a la forma en que una clase privilegiada la explota en su exclusivo beneficio. Si se quiere dar una idea simplificada del mecanismo social, puede decirse así: de un lado, una escogida minoría burguesa de gente rica, algunos de cuyos componentes son competentes y trabajadores, y los restantes ociosos y parásitos: minoría que lo posee todo, dispone de todo, ocupa todos los puestos de mando y acapara los beneficios sin dejar de participar en ellos a la masa; luego, del otro lado, esta misma masa, los verdaderos productores, los explotados: un inmenso rebaño de esclavos...
Antoine se encogió de hombros alegremente:
- ¿De esclavos?
- Sí.
- No. Esclavos no... -dijo Antoine, con jovialidad-: ciudadanos... Ciudadanos que tienen ante la ley exactamente los mismos derechos que el patrono o el ingeniero; que votan como ellos; que nadie los obliga a nada; que pueden trabajar o no, según los apetitos que hayan de satisfacer; que escogen su oficio, su fábrica, variando a su antojo... Si están obligados por contrato, son contratos que han aceptado libremente después de discutirlos... ¿Puede llamárseles esclavos? ¿Esclavos de quién? ¿Esclavos de qué?
-¡De su miseria! Hablas como un perfecto demagogo, amigo mío... Todas esas libertades no son sino aparentes. ¡De hecho, el obrero actual no goza de ninguna independencia, porque está abrumado por su indigencia! Para escapar del hambre no cuenta sino con el salario de su trabajo. ¡Y, por tanto, no tiene más remedio que ofrecerse, atado de pies y manos, a la minoría burguesa que detenta el trabajo y fija los salarios!... Dices que las personas instruidas, los técnicos, son la minoría... Lo sé perfectamente. No tengo nada que reprochar a la aptitud... Pero fíjate un poco cómo pasan las cosas: si al patrono le parece bien, da trabajo al obrero, que tiene hambre, y por este trabajo paga al obrero un salario. Pero este salario no es nunca sino una mínima parte de la ganancia obtenida por el obrero. El patrono y sus accionistas roban el esto...
-¡Con perfectísimo derecho! ¡Ese resto representa lo que les corresponde por su parte de colaboración!
-Sí. Teóricamente, el resto debe representar efectivamente lo que corresponde al patrono por su dirección o al accionista por su condescendencia en facilitar los cuartos... Pero empecemos por comparar cifras. ¡Comparemos los salarios con los beneficios!... ¡En realidad, este resto es una deducción leonina, manifiestamente desproporcionada a la colaboración prestada! ¡Y este resto sirve al burgués para consolidar y aumentar su poder! Con lo que no utiliza para su bienestar, para su lujo, se sirve para constituir "capitales", que invierte en otros negocios y que van formando una bola de nieve. Y sobre la base de esta riqueza capitalizada a costa del obrero se ha ido forjado durante generaciones enteras la omnipotencia de la clase burguesa. Omnipotencia que descansa en una injusticia espantosa... Porque, y sobre esto quería volver, la peor injusticia no es, a pesar de todo, la desproporción entre lo que el capitalista cobra como remuneración de su aportación y el salario del hombre que trabaja. La injusticia más flagrante está en este hecho:
¡que "el dinero trabaja" para aquel que lo posee! ¡Y que trabaja "completamente solo", sin que que su propietario tenga que mover ni un solo dedo!... ¡El dinero se procrea a sí mismo indefinidamente!... ¿Has pensado alguna vez en esto, Antoine? ¡La sociedad de los aprovechados, gracias a la invención diabólica de la Banca, ha encontrado un subterfugio perfeccionado para comprar esclavos y hacerles afanarse para ella! Esclavos tranquilos, anónimos y lejanos, tan desconocidos que se puede fingir ignorar su vida de condenados a poco que se empeñe uno en tener la conciencia limpia... Y aquí está la iniquidad suprema: ¡este diezmo tomado de la carne y el sudor por el más hipócrita y el más inmoral de los artificios!
Antoine apartó la silla de la mesa, encendió un cigarrillo y se cruzó de brazos. De repente, la noche había empezado a caer tan deprisa que Jacques ya no distinguía las tonalidades de expresión de su hermano.
-Y entonces -preguntó Antoine-, ¿vuestra revolución va a cambiar todo esto como si lo tocara con una varita mágica?
El tono era socarrón. Jacques apartó el plato, se apoyó sobre los codos cómodamente y, desde la penumbra, desafió a su hermano con la mirada.
-Sí. Porque ahora, mientras se encuentra aislado, a merced de la necesidad, el trabajador está indefenso. Pero el primer efecto social de la revolución será darle por fin la fuerza política. Entonces podrá cambiar las bases. Entonces podrá establecer nuevas instituciones, un nuevo código... El único mal es esta explotación del hombre por el hombre. Hay que construir un mundo en el que esta explotación no sea ya posible. Un mundo en el que las riquezas, que son detentadas indebidamente por vuestras grandes industrias y vuestras grandes Bancas, se volverán a poner en circulación para que toda la comunidad humana pueda beneficiarse de ellas. Hoy en día, al pobre desgraciado que produce le cuesta tanto trabajo asegurarse el mínimo indispensable para su subsistencia que no le queda tiempo, ni valor, ni siquiera gusto, para aprender a pensar, a desarrollarse dentro de sus posibilidades humanas. Cuando se dice que la revolución abolirá la condición proletaria, se hace referencia a eso. En el pensamiento de los verdaderos revolucionarios, la revolución solamente ha de asegurar al productor una existencia más fácil, más tranquila y más feliz,: antes que nada ha de modificar las condiciones del hombre en relación con el trabajo; ha de humanizar el trabajo en sí, impedir que sea una servidumbre embrutecedora. El trabajo ha de tener sus momentos de ocio. Debe dejar de ser una mera herramienta desde la mañana a la noche. Debe tener tiempo para pensar en sí mismo; debe poder desarrollar al máximo, según sus aptitudes, sus cualidades de hombre; convertirse, en la medida de sus posibilidades (medida no tan restringida como se cree), en un verdadero ser humano...
Había dicho "medida no tan restringida como se cree" con la fuerza persuasiva de un convencido, pero con una sorda entonación en la que un observador más agudo que si hermano tal vez hubiera podido percibir una sombra de duda.
Antoine no se percató. Reflexionaba.
-Después de todo... - concedió-. Vamos a suponer que todo eso sea realizable... ¿Pero por qué medios?
-No hay otro sino la revolución.
-Es decir, ¿una dictadura del proletariado?
-Una dictadura, sí... No habrá más remedio que empezar por ahí -dijo Jacques, pensativo-. Una dictadura de los productores, para expresarlo mejor... ¡Se ha abusado tanto de la palabra "proletariado"! Incluso en los medios revolucionarios se está tratando ahora de desembarazarse de la vieja terminología humanitaria y liberal del cuarenta y ocho...
"No es cierto -se dijo, pensando en su propio vocabulario y en las conversaciones del "Mentidero"-. Pero debiera suceder así..."
Antoine callaba. No habia oído bien las últimas frases de su hermano. "Dictadura...", pensaba.
A priori, una dictadura proletaria no le parecía inconcebible de por sí. Incluso llegaba a imaginarse sin demasiado trabajo lo que podría significar en algunos países: en Alemania, por ejemplo. Pero le parecía completamente irrealizable en Francia. (...)