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domingo, junio 27, 2010

¿Algo que celebrar?

¿Algo que celebrar?

06Jun 2010

Público, AUGUSTO ZAMORA R.

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Han empezado a celebrarse, en distintos países de Hispanoamérica, los 200 años del inicio de las guerras de independencia. Como ha sido tradición, los oropeles siguen sepultando las realidades y derechas e izquierdas celebran el episodio como epopeya. Dado el peso de los mitos creados por las oligarquías triunfantes, es tarea aún pendiente analizar con ecuanimidad los procesos independentistas que, vistos sus resultados, derivaron en una catástrofe histórica de una magnitud tal que llevará 300 años repararla.

La independencia fue resultado de factores exógenos, desatados por las guerras napoleónicas, que comenzó a gestarse con el desastre de Trafalgar, en 1803, que dejó a España sin flota de guerra y, por tanto, debilitada en sus comunicaciones con los dominios americanos. Trafalgar fue el primer acto de la tragedia que se avecinaba. El último, la invasión de España por Napoleón, que provocó la desarticulación del país.

Los que serían llamados libertadores eran un puñado de ricos hacendados, educados en Europa y unidos en su devoción hacia lo británico. Todos desfilaron por Londres, pidiendo la intervención inglesa, incluso una europea, para alcanzar su idea independentista. No debe, pues, extrañar la tradición de las oligarquías criollas de recurrir a la intervención extranjera como medio de mantenerse en el poder.

Otra funesta tradición dejaron los padres fundadores: entregar las economías nacionales a potencias extranjeras. Los gobiernos de Buenos Aires, Bogotá y Río de Janeiro (después seguirían los demás) firmaron, entre 1810 y 1815 –antes de concluir las guerras independentistas–, tratados de libre cambio (hoy libre comercio) como pago por el apoyo británico. Inglaterra pasó a controlar las economías emergentes. Los tratados de libre cambio provocaron la desaparición de las industrias locales y, con ello, cualquier germen de industrialización. Los nuevos países quedaron obligados a ser exportadores netos de materias primas –en ello siguen– e importadores de manufacturas. Inauguraron, así, el neocolonialismo. No se construyeron estados nacionales, sino estados oligárquicos, basados en el latifundismo, la exclusión de los pueblos, la dependencia extranjera y el oscurantismo. No hubo sitio para la ciencia ni lo científico.

Mito mayor es que la independencia liberó a los pueblos de la opresión. Estos siguieron tanto o más oprimidos que antes. La independencia fue formal, pues las oligarquías sólo sustituyeron Madrid por Londres. De aquel maridazgo surgió la alianza entre oligarquías e imperios, británico en el siglo XIX, estadounidense en el siglo XX. Cuando EEUU irrumpió en la región, el sometimiento a lo extranjero estaba tan arraigado en las oligarquías que aceptaron sin traumas al nuevo amo. Sólo cambiaron el bombín inglés por el sombrero tejano; Londres por Washington. El idioma era el mismo.

La suerte corrida por los indígenas es la página más negra de la independencia y, por supuesto, una de las más desvirtuadas. Las Leyes de Indias, con todas sus carencias, reconocieron derechos a los pueblos indígenas que ninguna otra potencia colonial reconocería jamás en siglos posteriores. Derecho a la lengua y a sus leyes, derecho a territorios propios y protección mínima ante los abusos de encomenderos y patrones. Todo este sistema legal fue suprimido de un plumazo por las oligarquías. Sumidos en un desamparo total, las tierras indígenas cayeron en manos de latifundistas y extranjeros, se les negaron todos sus derechos y, por último, se les masacró sin piedad.

En 1824 comenzó, en Argentina, la primera “campaña del desierto”, guerra de exterminio para expoliar de sus tierras a los indígenas. No obstante, el primer genocidio planificado de la era contemporánea ocurrió en Uruguay en 1831. Ese año, el presidente Fructuoso Rivera reunió con engaños a los charrúas en un sitio –macabramente bautizado después como “Salsipuedes”– donde 1.200 soldados exterminaron a los indígenas. Entre1860 y 1885, los mapuches sufrieron una guerra implacable del Ejército chileno. Todavía hoy, los pueblos indígenas luchan denodadamente por que se reconozcan sus derechos, y no pocos de ellos invocan –para quien quiera entender– títulos de la Corona española como prueba de sus derechos a las tierras ancestrales. Los indígenas fueron los grandes derrotados, sacrificados y olvidados de las guerras de independencia.

Los países, en fin, se vieron sumidos en cruentas, destructivas e interminables guerras civiles, cuartelazos e intervenciones extranjeras. México perdió, en 1849, la mitad de su territorio. Brasil obtuvo cerca de dos millones de kilómetros cuadrados de sus vecinos. Las guerras limítrofes, alentadas por Inglaterra, fueron una inmensa tragedia para Paraguay, en 1870, y para Bolivia, en 1883. Inglaterra se apoderó de las Malvinas, Guyana, Belice y la Mosquitia. Latinoamérica, en 1860, estaba más pobre, arruinada y postrada que nunca.

En contra de lo que se afirma, las guerras de independencia fueron todo menos revolucionarias. Al revés. Constituyeron el mayor movimiento contrarrevolucionario de la historia regional, que apartó a Latinoamérica de los poderosos cambios que se dieron en Europa y EEUU entre 1830 y 1890. Reducida a neocolonia británica, la región no supo del Estado moderno ni del capitalismo, menos aún de revoluciones industriales. De todo ello Latinoamérica fue apartada y fue, el XIX, un siglo perdido. Las raíces de su subdesarrollo, justamente, están en ese siglo. No hubo recuperación hasta finales del XIX y, en muchos casos, hasta el XX. Recuperación tardía, pues para entonces EEUU era una potencia mundial y Latinoamérica una región anclada en el siglo XVIII. Doscientos años después, buena parte de esas estructuras siguen en pie. ¿Algo, en verdad, que celebrar?

Augusto Zamora R. es autor de ‘Ensayo sobre el subdesarrollo. Latinoamérica, 200 años después’
Ilustración de Alberto Aragón


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domingo, junio 20, 2010

Lo que gana Alemania

Lo que gana Alemania

Tag: Estrategias oblicuas — 15 junio 2010 - Ignacio Escolar @ 6:11 am |

Rumor número uno: el Financial Times Deutschland publicó el viernes que la banca española está a punto de quebrar. La UE lo negó. Rumor número dos: ayer el Frankfurter Allgemeine Zeitung aseguró que el rescate español es inminente. La UE lo volvió a desmentir, y también se hizo una pregunta obvia: con lo grande que es Europa, ¿por qué los rumores sobre la quiebra de España salen siempre de Alemania?

Para Bruselas, la respuesta es evidente. Ayer, el portavoz de Asuntos Económicos de la UE, Amadeu Altafaj, acusó veladamente al ejecutivo alemán de estar detrás de estos bulos. El Gobierno español también está convencido de que nuestros amigos los alemanes son esa mano invisible que agita con rumores los mercados. Ayer les salió bien. A pesar de los desmentidos, el bulo funcionó. Cuando el río suena, el mercado se asusta por si agua lleva, y el diferencial de la deuda española sobre el bono alemán subió por encima de la barrera de los dos puntos. Financiar nuestra deuda es hoy más caro.

Pero ¿qué gana Alemania con todo esto? El déficit exterior español se divide más o menos en tres tercios: uno es para importar energía, otro es de China; y el tercero es, en efecto, de Alemania. Los bancos alemanes nos han prestado 167.000 millones de euros. Si España se hunde, la economía alemana quedaría muy tocada.
Sin embargo, a Alemania sí le interesa tensar la cuerda sin que se rompa: que la deuda española se encarezca sin llegar, por supuesto, a una bancarrota. Las malas noticias para los PIGS son buenas nuevas para el bono alemán: cuando los inversores ven mal el Mediterráneo, se refugian en la aburrida y previsible deuda alemana. En el último año, Alemania se ha ahorrado unos 35.000 millones de euros gracias a esta segunda parte de la crisis. La deuda le sale más barata a Ángela Merkel porque al resto nos cuesta más cara. Como tantas veces, unos pierden porque hay otros que ganan.

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Keli

Este sigue siendo el salvaje Este (PP) lxx

Hacer números


EL PAÍS, ADOLF BELTRAN 19/06/2010


El nuevo hospital La Fe, en Valencia, gigantesco proyecto a punto de convertirse en una realidad, habrá costado menos que el enorme Palau de les Arts. Estamos hablando de cifras de cientos de millones de euros. Repitámoslo: el palacio de la ópera ha costado más al erario público que el megahospital de referencia. No parece improcedente preguntarse, como ha hecho el portavoz socialista en las Cortes Valencianas, Ángel Luna, por los sobrecostes de esa Ciudad de las Artes y las Ciencias que iba a costar 311 millones y ya anda por encima de los 898 millones. Las dimensiones del despilfarro arquitectónico ("En Valencia no parece haber límites para Calatrava", constata con asombro Llàtzer Moix en su libro Arquitectura milagrosa) piden, sin duda, alguna explicación.


No está mal recapitular de vez en cuando, alejarse un poco de la inmediatez de las cosas para recuperar el sentido de las proporciones y, tal vez, un poco de sensatez. Por ejemplo, para calibrar en qué tipo de lío andan metidas las cuentas de la Generalitat. El contexto de crisis y de ajustes descarnados en España y Europa, tanto como la propia economía familiar, induce a hacer números. Y a repasar con aire crítico la vieja retórica triunfal, esa música que todavía tocan Francisco Camps y los suyos sin querer darse cuenta de que la fiesta terminó.


El vicepresidente económico del Consell volvió esta semana de la reunión del Consejo de Política Fiscal y Financiera con un plan de reequilibrio de las cuentas autonómicas que implica un recorte del 11% de los gastos y una disminución del 9% de los ingresos: 1.500 millones de euros de rebaja en los presupuestos. Reformar la economía valenciana exige, previamente, sanear a fondo la Generalitat, predica con razón el líder de los socialistas valencianos, Jorge Alarte. Sanear quiere decir recortar, reducir, ajustar, racionalizar, devolver a criterios de eficiencia y proporcionalidad lo que se desmandó en los años de una retórica oficial de nuevos ricos.


Los 17 altos directivos de Ferrocarrils de la Generalitat Valenciana cuestan casi lo mismo que los 17 ministros y el presidente del Gobierno de España, denuncia la oposición. Hay que evitar una "desclasificación masiva" de suelo urbanizable, alega el consejero de Medio Ambiente, Agua, Territorio y Vivienda, el señor Cotino, sin pensar quizás en los efectos de esa desclasificación de programas urbanísticos frustrados sobre la contabilidad de las empresas de su familia. Cotino, al parecer, también hace sus números.


"Estamos en la mejor posición para afrontar la crisis", dice Gerardo Camps, el consejero de Economía. Y uno se pregunta qué nos deparará esa afirmación, dado que ese señor no solo proclamó a comienzos de curso la voluntad de la Generalitat de que CAM y Bancaja caminaran hacia una fusión (¡y ya ven!) sino que hace un par de meses nos explicó por carta a todos los valencianos que, "como es normal" en época de crisis, el Consell ha decidido una vez más rebajar los impuestos. ¡Qué bien!




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viernes, junio 18, 2010

La autocrítica duele


Público, 16 junio 2010

Cartas de los lectores

La autocrítica duele

En la crisis económica actual, ni los sindicatos ni las organizaciones empresariales han sabido estar a la altura de estos momentos excepcionales. Es muy difícil entender que, durante casi dos años de Diálogo Social, ni haya habido diálogo, ni en la balanza haya pesado más lo social. Si además vemos que el presidente de la CEOE vende su complejo empresarial a un experto en empresas en crisis cuyo procedimiento suele terminar con la liquidación: una agonía lenta, con un elevado coste social, todo está dicho.
No entiendo, como progresista, que los líderes de UGT y de CCOO exhiban así su enfado. ¿No debería ser al revés? ¿No deberíamos ser los ciudadanos los que demostráramos nuestra decepción y preocupación ante una falta de eficacia tan notable? El Gobierno ha tenido que pasar del Diálogo Social al diálogo parlamentario, la oposición se frota las manos. Pero ¿quién ayuda al Ejecutivo?
María Eugenia Bolaños / Madrid

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