Guerras tranquilas
15 M.
Las guerras, desde tiempos remotos a nuestros días, se han desencadenado por quienes desean expoliar las riquezas y los mercados de otros pueblos a los que buscan vencer, aniquilar, para imponer su dominio e impulsar su desarrollo político y económico. En estos momentos se desarrollan en distintas partes del mundo: petróleo, riquezas minerales, materias primas, rutas estratégicas. Pero existe otra guerra, aparentemente no cruenta, pero que causa igualmente numerosas víctimas. No necesitan de las armas –que si hiciera falta no dudarían en utilizarlas-. Les basta con dominar los organismos económicos que dictan e imponen las leyes a las que se sujetan los distintos poderes políticos sobre los que imponen su organización. Porque el mundo en general, y España y Europa en particular, se encuentran hoy sometidos al omnímodo poder de una máquina burocrática que domina no una cosa abstracta como mercados, sino pueblos y organizaciones concretas sojuzgados por banqueros e industriales, a los que sirven jefes de gobiernos, partidos políticos y organizaciones sindicales, y se someten la mayor parte de los medios de comunicación. En semejante estado de moderna esclavitud el ser humano no es más que una cucaracha kafkiana aplastada por la burocracia de la estructura aparentemente racional de ese súper estado. Recordemos un texto de América de Kafka, segunda década del siglo XX: “esa civilización encaminada únicamente al desarrollo de la industrialización, de una producción incontrolable, en la que el ser humano deja prácticamente de existir y solo es una pieza de la gigantesca máquina de producción. Ahora ya sabemos a quién sirve esta. Quién está detrás de “
Una vez más, Alemania, la vencida en dos guerras mundiales, se encuentra detrás de esta estrategia impuesta sobre Europa, ahora con otras formas y sin necesidad de hornos crematorios. A su servicio el invento de
Es una guerra desigual en la que los campos de batalla se enmarcan en procesos dominados por la alienación de la mayoría que no se engancha a la lucha, la crisis interminable de los partidos políticos y organizaciones sociales que se dicen de izquierdas, la proletarización de las clases medias, y el miedo que somete con su corsé terrible a la mayor parte de los ciudadanos. Una vez más, como en todo proceso dramático, gran parte de los intelectuales se muestran sumisos, apenas se atreven no ya a protestar sino a razonar, prefieren ser eslabones de quienes ejecutan y dirigen las estrategias de choque, ampararse en ellos para no convertirse también en víctimas. Como siempre la libertad tiene un precio que la mayor parte de ellos no parecen dispuestos a asumir. Años después de clausurarse los campos de concentración nazis, un escritor alemán que fue muy joven combatiente del III Reich, Günter Grass, escribió: “El genocidio que Alemania planeó, ejecutó, toleró, negó y ocultó, y que no obstante estuvo y está a la vista de todo el mundo, sigue sin ser digerido, digerible, como una rueda de molino colgada del cuello de los alemanes, incluido a los nacidos después de todo aquello”.
Eso podremos decir, desde ya, de quienes están conduciendo a los pueblos de Europa a su nueva esclavitud para beneficio de un puñado no de empresarios y banqueros sino de terroristas de guante blanco.
Los genocidios no han parado, siguen alimentando los hornos de los holocaustos. Pero que no teman los jóvenes o viejos de nuestros días que quieren rebelarse: que la guerra en que participan es menos inhumana, de momento no causan víctimas, solo agudizan la explotación, las diferencias, y cercenan la solidaridad y la libertad. Lo que no es poco.
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