Para escribir hay que leer iii
Lo primero que vi cuando el sirviente abrió la puerta fue la mesa, ya dispuesta para el desayuno, situada en el centro de un larga estancia llena de ventanas. Mi mirada cayó sobre la más alejada y vi junto a ella a una dama que me daba la espalda. Desde el primer momento que mis ojos la vieron quedé admirado por la insólita belleza de su silueta y la gracia natural de su porte. Era alta, pero no demasiado; las líneas de su cuerpo eran suaves y esculturales, pero no era gorda; su cabeza se erguía sobre sus hombros con serena firmeza; su cintura era la perfección misma para los ojos de un hombre, pues se hallaba en su lugar el natural círculo, ya que ostensible y deliciosamente no estaba deformada por ningún corsé. La dama no advirtió mi presencia, y me permití durante algunos minutos quedarme admirándola, hasta que yo mismo hice un movimiento con la silla como la manera más discreta de llamar su atención. Entonces se volvió hacia mí con rapidez. La natural elegancia de sus movimientos, que pude observar cuando se dirigió hacia mí desde el fondo de la habitación, me llenó de impaciencia por contemplar de cerca su rostro. Se apartó de la ventana y me dije: "Es morena". Avanzó unos pasos y me dije: "Es joven". Se acercó más, y entonces me dije con una sorpresa que no soy capaz de describir: "¡Es fea!".
Wilkie Collins (1824 - 1889), La dama de blanco (1860)
Etiquetas: Algo que decir, Correspondencias, Escribir, Gozos, Literatura, Semilleros
1 Comentarios:
Los papeles de club ¿Pickwick? era uno de mis libros favos, me apunto el nombre del Dickens´friend este a ver que me dice (el ya el pobre no estará pa escuxar)
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